Un día soñé, y hubo quien me recordó que en los brazos de Morfeo se viven cosas que cuando se abren los ojos sólo producen anhelos, por una élite del fútbol con sabor andaluz; por una Divisón de Oro y otra de Plata en la que nuestro acento fuera el predominante, en las que el sur marcara el norte y, por supuesto, pusiera el fútbol.
Un sueño en el que vi a un verde y un rojo hispalense luchando por Europa; a un azul malagueño castigado por los organismos y, sin embargo, renaciendo de sus cenizas; a un rojiblanco nazarí tan alto como nunca nadie creyó; a otros que desde Almería comparten colores que volvían a su sitio y, por supuesto, a unos blanquiazules onubenses y otros blanquiverdes califales afianzados en una categoría de la que tarde o temprano saldrán. Porque el fútbol siempre es justo.
Pero también soñé, y por esto algunos me llamaron loco, con una élite balompédica en la que el verde Andalucía tendría por fin una muestra de su tono oliva, en la que habría una bandera morada ondeando que pondría un color y un nombre a la ilusión. Con un Real Jaén de Segunda que con «sacrificio, seguridad, lucha, humildad y entrega» volvía a pasear su escudo por el lugar que merece y hace años le fue arrebatado.
Ya lo dijo en su día Antonio Machado: «Si es bueno vivir, todavía mejor es soñar, y lo mejor de todo, despertar».