Alejandro Copete
El equipo alicantino es más noticia fuera de los terrenos de juego que dentro, y cuando te dedicas profesionalmente a un deporte, eso no conlleva nada positivo. Marcado por una supuesta trama de partidos amañados, por los muchos años de una presidencia bastante oscura y por los apuros económicos, la llegada de Quique Pina a los estamentos nobles del club significa añadir al Hércules a las largas raíces de los Pozzo, que parten desde Udine y llegan a Granada, pasando por Watford.
Efectivamente, nada positivo. Y si a eso le sumas un mal inicio de campaña que te coloca en los últimos puestos de la tabla, siguiendo con la estela del año pasado donde pasaron 32 jornadas en puestos de descenso, el cóctel resultante es bastante explosivo para una afición que tiene cotas más altas en mente y, para más INRI, tu máximo rival deportivo disfruta precisamente de esas cotas.
Quique Hernández, entrenador con más partidos oficiales con la entidad herculana, afronta en su tercera etapa en el club un trabajo más parecido a un desactivador de bombas que a un técnico. Es el encargado de trasladar estabilidad al campo de juego, algo que de momento no está consiguiendo.
La esperanza alicantina es Edin Hadzic, jugador bosnio procedente de la cantera propia y del filial del Valencia que está disputando muchos minutos, mientras esperan que Portillo y Azkorra empiecen a aportar su olfato de gol. Pamarot vuelve a ser un fijo en la defensa, siendo uno de los jugadores que evitó el descenso la pasada temporada. Hector Yuste, baja por sanción, venía siendo el cerebro del juego del equipo.
El equipo blanquiazul adoptó el nombre de Hércules debido a los valores que transmitía el héroe mitológico griego. Ahora toca redimirse. Al igual que Hércules tuvo que realizar 12 pruebas para conseguir la redención tras asesinar a su esposa e hijos en un arrebato de locura provocado por la diosa Hera, ahora le toca el turno a los habitantes del José Rico Pérez. Los cumplió con creces y su nombre subió al Olimpo. Pero su vida se vio truncada por un engaño con una túnica envenenada por la sangre de un centauro. Esto nos recuerda que los mitos también mueren.