Pedro Latorre
Durante las últimas décadas, el número de participantes en las carreras de resistencia populares, especialmente de los atletas en la categoría veterano (más de 35 años), ha aumentado, junto con el número de carreras organizadas. A pesar del alto nivel de la tecnología aplicada a las zapatillas deportivas, los atletas continúan sufriendo lesiones. Fields et al. (2010) destacan que en la carrera de resistencia, las tasas de lesiones se han mantenido relativamente constantes durante los últimos 30 años, por lo que el 50% de los corredores se siguen lesionando actualmente cada año. Esto podría estar relacionado con la dinámica del pie en contacto con el suelo. Tres categorías de superficie de contacto se describen a menudo: retropié (RFS: contacto con el talón), mediopié (MFS: con toda la planta del pie) y antepié (FFS: de metatarso). El patrón de la superficie de contacto depende en cierta medida de la velocidad, la superficie de carrera, el calzado y la fatiga (Daoud et al. 2012). Aunque corriendo de antepié parece ser una característica de la evolución humana (Daoud et al. 2012) el 74,9% de los corredores calzados en carreras de resistencia aterrizan de retropié (Hasegawa et al. 2007). Lieberman et al. (2010) sugieren que los corredores descalzos con FFS tienen una fuerza de impacto en el suelo tres veces menor que los corredores descalzos o calzados con RFS. Es plausible que los corredores con un RFS con el aumento de las cargas de impacto pueden tener un mayor riesgo para el desarrollo de una lesión. La reducción de las cargas de impacto es probable que resulte en una reducción global del riesgo de lesiones. En este sentido, sería interesante adoptar un MFS o FFS (Davis et al. 2010). Cambiar el tipo de apoyo de RFS a FFS puede reducir el dolor patelofemoral (Cheung y Davis, 2011) y el dolor asociado con el síndrome de compartimiento de estrés crónico (Diebal et al. 2012).
Correr descalzo se ha vuelto muy popular en los últimos años y sigue siendo un tema muy debatido por los corredores, entrenadores e investigadores hasta el punto de que varias empresas han desarrollado calzado deportivo minimalista que simula correr descalzo. El entrenamiento descalzo ha sido considerado por muchos entrenadores por su efecto sobre la fuerza muscular y la prevención de lesiones. Squadrone y Gallozzi (24) también sugieren que corredores descalzos o minimalistas experimentan significativamente menor pico de presión local en la parte media del pie y el talón.
Debido a que los humanos evolucionaron a correr descalzo, un estilo de correr descalzo que minimiza los picos de impacto y proporciona mayor propiocepción y fuerza del pie es la hipótesis para evitar lesiones (Lieberman, 2012). Por lo tanto, la cinemática asociada a correr descalzo puede ser una habilidad entrenable y requiere de un entrenamiento de adaptación, que permita cambios en la activación neuromuscular de los músculos de la pantorrilla para facilitar la flexión plantar antes del impacto en el suelo (Divert et al. 2005).
Desde la Universidad de Jaén hemos realizado una investigación de entrenamiento en barefoot, durante 12 semanas un grupo de atletas realizaron un entrenamiento progresivo en duración de carrera en césped. A diferencia del grupo control, el que se sometió a la intervención redujo significativamente el RFS. Nuestra recomendación es incorporar breves sesiones de carrera descalzo en césped o playa de entre 10’ a 30’ dos o tres veces por semana. Debido a la excesiva dependencia en el uso de zapatillas confortables y a la inconsistencia y resultados dispares en los estudios científicos, desaconsejamos el uso del barefoot como forma habitual de correr, no así como método alternativo y complementario de entrenamiento. Por último, el empleo de zapatillas deportivas extraordinariamente confortables no asegura la protección ante la lesión, en algunos casos puede reducir la sensibilidad propioceptiva y el control natural de los movimientos del pie.