Rosa Bárcenas
Como mandan los cánones toca hacer balance del año pasado y listado de buenos propósitos para este año que acaba de comenzar, en realidad este ejercicio deberíamos hacerlo cada día antes de irnos a dormir, así la vida no se nos escaparía entre los dedos de año en año, sin pararnos a pensar durante el mismo qué hacemos y que no, pero ya se sabe, como dice una vieja canción “no es lo mismo ser que estar, no es lo mismo estar que quedarse, tampoco quedarse es igual que parar”, pues eso vamos a hacer balance y lista de objetivos.
Ha sido este año 2018, un año complejo, lleno de grandes cambios en mi vida, nuevas montañas, lesiones, sonrisas y lágrimas, un año sin término medio en el que he sido valiente y cobarde, buena y mala, un año rico de experiencias de toda índole que ha llenado mis alforjas de aprendizajes extremos que, al fin y al cabo, son los que se graban a fuego y nos hacen avanzar.
Pero como siempre, al menos en mi filosofía de vida, me quedo con lo mejor, lo peor es solo cuestión de enfoque y de tiempo, pero lo bueno perdura, nos impregna, nos mantiene y nos hace sonreír.
Sigue siendo mi templo el monte y lo que allí siento, por eso mi afán de compartirlo con vosotros y acercaros a él, allí nos volvemos minúsculos, insignificantes, allí el organismo se sincroniza y la mente fluye, caminando, corriendo, escalando o simplemente estando allí, somos parte del todo y del nada, allí nos escuchamos respirar. Por eso, allí están mis propósitos de este año que comienza, en compartir momentos con mis seres queridos en esos insólitos trozos de planeta que aún se mantiene lejos del ruido, sin manchas de civilización, allí donde todos somos lo mismo.
Con menos tiempo que antes pero con más coraje, iré a esos lugares y compartiré mis aficiones con ilusión, con aquellos que quieran acompañarme a la misma altura, al mismo nivel, con el mismo objetivo, solo sentir.
Estáis todos invitados.