Pedro Ángel Latorre Román
Hoy en día es notoria la gran afición a la práctica de deportes de resistencia como la carrera de fondo, el ciclismo, el trail, el triatlón, etc. No hay fin de semana que podamos encontrar una prueba competitiva en nuestro entorno cercano donde medirnos y enfrentarnos a nuestros rivales (‘Campeones de hojalata’). La mayoría de estos participantes son adultos de edades comprendidas entre 35 a 55 años. Muchos de ellos no tienen historial deportivo a lo largo de su vida o mejor dicho han hecho muy poco deporte; en otros casos, a esta circunstancia hay que añadir que algunos de ellos parten de situaciones de sobrepeso u obesidad, son ex-fumadores o fumadores, a lo que hay que añadir a estas edades determinados factores ambientales que podrían generar un estrés añadido como las responsabilidades familiares y laborales. Y lo peor, estas personas se inician a estos deportes tan exigentes sin ningún estudio clínico previo que le determine sus condiciones de salud como la tensión arterial, su perfil lipídico, presencia de alteraciones ortopédicas o posturales como el pie plano u otras contraindicaciones que condicionan el programa deportivo, y tampoco suelen ser evaluados por los profesionales del deporte para determinar su capacidad funcional y respuesta el esfuerzo.
La práctica deportiva bien prescrita representa para cualquier persona un instrumento de extraordinaria eficacia en la promoción de la salud, con todos sus beneficios fisiológicos: reduce la tensión arterial, reduce la masa grasa e incrementa la masa muscular, incrementa la capacidad cardiorrespiratoria y en suma reduce el riesgo cardio-metabólico, incrementando la autonomía personal y el bienestar psicológico por la mayor presencia de neurotransmisores en el cerebro como la serotonina y dopamina.
A esto hay que añadir ciertos beneficios en la esfera cognitiva como la mejora de funciones ejecutivas como la creatividad, la memoria y habilidades sociales como la disciplina y la capacidad de superación. También en la esfera emocional, se mejora la autoestima y la satisfacción corporal. Sin embargo, estos beneficios se pueden convertir en graves perjuicios cuando el entrenamiento está mal prescrito, temporalizado y orientado, cuyas consecuencias son desde lesiones agudas a crónicas del aparato locomotor, que en algunos casos hacen pasar al atleta por el quirófano, hasta alteraciones de la conducción cardiaca, alteraciones de la función diastólica, arritmias cardiacas, amenorrea en las mujeres por una pérdida excesiva de masa grasa o retraso de la menarquia en niñas.
En la parte cognitiva, pueden producirse problemas de concentración por exceso de entrenamiento, que junto con las amenazas a la autoestima que supone la exposición excesiva a las competiciones, podría comprometer el rendimiento escolar o derivar en el abandono deportivo precoz, al centrar la motivación y adherencia al deporte en expectativas y metas de logro poco reales.
Pero más allá, podemos encontrar graves trastornos conductuales como la adicción al ejercicio físico, lo que compromete las relaciones sociales, labores y familiares hasta el consumo de sustancias dopantes. Pero hay un elemento clave que nos permitiría al menos reducir o eliminar estos efectos adversos y es la presencia de la figura del entrenador capacitado y reconocido por una formación académica, que en el mejor de los casos debería ser la universitaria.
Lamentablemente, casi el 97% de los atletas recreativos no tienen entrenador capacitado, se auto entrenan o son dirigidos por deportistas aficionados con buena voluntad pero sin ningún tipo de formación. Esta última circunstancia es especialmente preocupante cuando abordamos el entrenamiento en población escolar. Por lo que nos podemos hacer el siguiente interrogante ¿Es posible que nos encontremos con un problema sanitario a medio plazo por una práctica deportiva sin prescripción adecuada?
El ejercicio físico es un “polimedicamento” que tiene efectos sistémicos en todo el organismo, es por tanto el entrenamiento deportivo una compleja manipulación orgánica cuyos elementos de prescripción se articulan mediante la organización de la carga de trabajo: intensidad, volumen, frecuencia de entrenamiento, descansos, densidad de la carga, y siempre teniendo en cuenta los principios esenciales del entrenamiento deportivo como el de individualización, supercompensación, principio del umbral, de multilateralidad o el principio de alternancia reguladora de los diferentes elementos del entrenamiento.
Lamentablemente, en España, no existe una clara regulación de la profesión en este contexto, aunque afortunadamente, como informa el Consejo General de la Educación Física y Deportiva, El Ministerio de Sanidad, Consumo y Bienestar reconoce las competencias de los educadores físico-deportivos en el ámbito de la salud: “El Ministerio de Sanidad, Consumo y Bienestar informa que: “Los Educadores Físico-Deportivos pueden dirigir, supervisar y evaluar la práctica de ejercicio físico, adaptado a las características, necesidades y preferencias de estas personas [de cualquier edad que tengan algún problema de salud, aquellas con diversidad funcional o con capacidades diferentes], contribuyendo a la adherencia a las prescripciones de los profesionales sanitarios y al mantenimiento de la práctica de la actividad física regular».
Esperemos que además se exijan responsabilidades contra la salud pública de aquellos individuos que sin ningún tipo de capacitación y que de manera altruista o remunerada se dediquen a la manipulación orgánica de personas que se inician al deporte, sobre todo de menores de edad.
Pedro Ángel Latorre Román
Profesor Titular de la Universidad de Jaén