Rosa Bárcenas
Sabia frase proverbial para explicar que no siempre las cosas son como imaginamos, volcándose la balanza a lo peor en este caso. Y es que, ni la montaña está solo tapizada por esa rica planta aromática de conocidas propiedades medicinales que aromatiza nuestras pizzas, ni la vida misma es siempre fácil y placentera.
En numerosas ocasiones, las cosas no son lo que parecen o no son como las habíamos proyectado en nuestra imaginación. Cuando la cumbre crees que ya la tocas con las manos hay de repente una docena de barrancos que bajar para luego volver a subir, y en vez de orégano hay aulagas asesinas (Genista scorpius) y cardos borriqueros (Onopordum acanthium) que tatúan tus piernas con abstractos arañazos, y hace más frío de lo apetecible y nos duelen músculos que no sabíamos ni que teníamos y lo que parecía algo sencillo y bonito se convierte en pesadilla.
Lo importante en estas circunstancias es lo que aprendemos por el camino, cómo sobrevivimos, cómo nos hacemos fuertes de cuerpo y de mente, cuánto profundizamos en nosotros mismos cuando sufrimos una decepción, cuando nuestras expectativas caen en picado al pisar la realidad. Aunque en ese momento nos cueste creerlo, esa experiencia nos quedará tatuada y la aceptaremos, la sanaremos, incluso la disfrutaremos.
La única forma de afrontarlo es estar preparado, saber qué eso puede ocurrir, que lo que parece sencillo puede que no lo sea y que lo que parecía bonito resulta que luego no lo es.
Lo genial de este dicho es que podemos darle la vuelta en muchas ocasiones y resultar que lo que pensábamos absurdo de repente resulta interesante, y lo pesado liviano y lo complejo asequible. Y lo que parecía interminable, termina. Porque ya lo dice otro interesante proverbio y es que no hay mal que cien años dure… ¡ni cuerpo que lo aguante!