Rosa Bárcenas
No sé si alguna vez habréis tenido la sensación de sentiros minúsculos al contemplar un paisaje. Yo en infinitas ocasiones me he encontrado embelesada como un ser diminuto, sintiéndome como mota de polvo insignificante frente a una montaña. En esos instantes me fusiono con el lugar, sintiéndome parte de ese todo en un absoluto equilibrio y me hace súper feliz, será por eso que estoy enganchada a ellas.
Si me preguntaran cuál es una de las principales razones por la que me apasiona tanto el monte podría decir que es precisamente por lo que siento cuando estoy en plena naturaleza. Me noto mínima pero cojo forma de pieza de ese complejo sistema que encaja en un perfecto engranaje en el que es igual de importante el sol, la ortiga o la hormiga.
Todo, absolutamente todo tiene su función. La sensación al contemplar la belleza de una montaña, escuchando el viento que la peina y oliendo sus fragancias varias produce ‘pasmo’, que significa asombro y admiración. De ahí la conocida frase de ‘quedarse pasmado’, sorprendido, quedarse con la boca abierta.
Hace poco leí una curiosidad que me llamó la atención, de ahí esta reflexión. Se trataba de un estudio de conducta social en el que se hace alusión a los efectos que puede producir esta sensación de pasmo. Al sentirnos sorprendidos por algo de extremas dimensiones, disminuye el énfasis en la individualidad, ese asombro puede animar a la gente a renunciar a su estricto interés propio para mejorar el bienestar de los demás, esa sensación de ser algo diminuto podría hacernos personas más amables y generosas, en definitiva más básicas, infinitas ínfimas partes de un todo. No sé si será verdad…pero sería genial en los tiempos que corren…
Lo que sí es cierto es que al subir montañas creces de forma descomunal y se revoluciona tu desarrollo personal. La naturaleza te atrapa te incluye en su espiral a través de sus paisajes, colores, olores, sonidos y formas de exquisita belleza. Cundo vuelves a casa, ¡vuelves diferente!
Pero hay que tener algo claro, las montañas hablan un lenguaje que solo entiende la mente pacífica del observador sincero. Quien no escucha, no aprende.