Alejandro Copete // @Ale_Copete
Cuando el Real Zaragoza despertó, la Segunda División seguía estando allí. A estas alturas de la temporada el equipo maño ha olvidado y dejado de lado las aspiraciones de conseguir el ascenso, por lo menos de manera directa. Aún hay, sin embargo, llamadas a la ilusión para recortar los 5 puntos que los separan de los play offs, pero quedan en agua de borrajas cuando giran la cabeza y ven la quema a 4 puntos. La irregularidad durante las jornadas, que le costaron la cabeza a Paco Herrera, se ha convertido en el día a día del equipo blanquillo.
Decíamos en la primera vuelta que el ambiente estaba enrarecido por la oposición a Agapito Iglesias. Y sigue. El cuento de la buena pipa, que nunca se acaba. Día tras día, mucha parte de la afición zaragocista pide que se acabe el expolio a su equipo desde 2006 y que comience una nueva era desde cero. Esa lucha continua y apatía por parte de una afición mosqueada y asqueada se ha trasladado a los jugadores zaragocistas, muchos de ellos señalados por el bajo rendimiento que han ofrecido, como el caso de Barkero, que venía para ser el líder del equipo. Hay deseo de una limpieza a fondo cuando se consiga el objetivo de la permanencia, pues otro descenso sería ya el fin para este histórico del fútbol español.
Bajo las órdenes de Víctor Muñoz, hombre del club y comodín siempre que se ha necesitado un cambio en la trayectoria deportiva, jugadores como César Arzo han empezado a ser más importantes en el once. Se rumorea una apuesta del técnico por dos delanteros, que podrían ser Henríquez y Roger Martí o incluso Esnáider. El hijo del mítico jugador apunta maneras y es querido por un público al que le gusta ver como jugadores de su cantera destacan en el primer equipo, como el central Laguardia o el lateral Diego Rico. La situación económica del club también obliga a ello.
En estos días de Semana Santa, el Real Zaragoza cumple su estación de penitencia en la categoría de plata. Los nazarenos y costaleros, con su esfuerzo, quieren cumplir promesas pedidas en momentos de duda y desesperación o expiar sus pecados con su sudor y, a veces, sangre y lágrimas. Desde arriba, en los palcos señoriales, se maravillan ante lo que ven y se creen iguales a los de abajo, o incluso mejores, pero que ni por asomo sufren lo mismo. Un acto de hipocresía que es muy común en el mundo del fútbol de hoy en día, donde los que sufrimos las tristeza y la desesperación siempre somos los mismos.