Francisco Castellano
Casi sin darnos cuenta, hemos dejado atrás el mes de septiembre. Este mes siempre es de cambios y no solo porque volvamos de las vacaciones, bajan las temperaturas, caen algunas precipitaciones y comienzan algunos de los rituales de apareamiento más impresionantes que podemos ver en todo el continente.
La berrea es uno de esos momentos mágicos para experimentar al final del estío, cuando el calor comienza a dar una tregua y los días poco a poco reducen sus horas de sol. En esas condiciones atmosféricas, grandes ungulados -como el ciervo- que durante todo el verano se han ocultado en las zonas más profundas y frescas de la sierra, son ahora fáciles de ver en pequeñas praderas y linderos del bosque. Están más activos, nerviosos, casi ansiosos, conocedores de todo el proceso de cortejo que viene por delante.
Las primeras luces de la mañana y las últimas del ocaso son espectadoras de la increíble pelea acústica que se produce entre los grandes machos. Ejemplares de todas las edades, que han alcanzado la madurez sexual, compiten emitiendo sonoros bramidos para intentar demostrar su vigor. Sus ecos resuenan en cada valle y montaña, contestándose unos a otros, midiendo sus posibilidades en la carrera por transmitir sus genes.
Poco a poco los grandes machos, que han pasado gran parte del verano, aguardando este momento, acumulando energías y poniendo a punto su cornamenta, ahora lista para la batalla, van reuniendo grupos de hembras en las zonas más bajas. En este punto podemos asistir, si somos lo bastante afortunados, a espectaculares lances entre los poderosos venados. Los machos se retan en duelos, placan sus cornamentas, se embisten y empujan en demostraciones públicas de fuerza. El vencedor es declarado mediante un poderoso berrido tras la pugna, su premio, el privilegio de aparearse con el grupo de hembras, que en ocasiones pueden llegar a las 50 ciervas.
En muchas otras ocasiones tenemos que contentarnos con disfrutar en la lejanía de los intensos berridos, arrastrados por el viento a través de pinos, encinas y quejigos. . Es más probable que podamos sentir el escalofrío inherente a la escucha de un combate cercano. Esta intensa emoción, fruto de la poderosísima demostración de fuerza, hace de la berrea uno de los espectáculos más fascinantes de los que podemos disfrutar en nuestros Espacios Naturales Protegidos, y nos permite acercarnos y conocer de primera mano el complicado equilibrio de nuestro monte mediterráneo.